Introducción

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Atentamente Cimenitrix

sábado, 1 de octubre de 2011

SARA

Prefacio

Estaba tumbada en mi cama, arropada por un edredón; esperé a que el ruido que se producía todos los días desde hace diez años acabara. Mi padre se había convertido en un alcohólico y todas las noches acosaba y maltrataba a mi madre, ella lloraba, le lanzaba crueles amenazas a la cara e intentaba huir de aquella casa de locos. Desde la muerte de Sara toda mi familia había caído en una enorme depresión. Mi padre, empezó a jugar al póquer por las noches; cuando la suerte le abandonó pasaba noches enteras fuera de casa bebiendo desesperadamente, este hecho hizo que mi madre tuviera que dejar el trabajo; después, mi padre empezó a aparecer por casa sobre las dos, tres de la madrugada, y siempre se metía con mi pobre madre. Ella tenía una herida nueva cada día, y envejecía demasiado rápido. Yo entonces tenía 6 años, pero no había cambiado nada. Con el paso de los años nuestra mansión había quedado cubierta de mugre, las piedras se deshacían dejando huecos vacíos y la gran extensión de hierba que rodeaba el caserón se había marchitado. Los niños solían pasar por la casa en halloween y contar aterradoras historias sobre nuestra familia.

Siempre había esperado a que llegara el día en el que mi madre fuera lo suficientemente fuerte como para atreverse a denunciar a mi padre. Durante diez años solo he sentido miedo, tristeza, desesperación, ira, agobio… Pero nunca he expresado mis emociones, no me serviría de nada, simplemente. Y siempre había deseado el día de mi muerte.

1

-Buenos días- susurro mi madre con voz ronca.

Abrí los ojos lentamente y miré a la pared blanca, dándole la espalda.

-Siento que hoy sea más tarde que otros días, pero es que me he quedado dormida y cuando me he despertado ya eran las doce.-Me explicó.

Me di la vuelta y observé a mi madre, su figura estaba encogida y temblaba, le miré a la cara y distinguí que su ojo derecho estaba rodeado por una mancha morada, toda su cara estaba llena de arrugas, y su pelo rubio platino parecía el de una muñeca.

-Tu padre ya se ha ido a trabajar y yo me voy a hacer algunas compras, así que vas a estar sola durante toda la mañana. Estudia para el examen de mañana ¿de acuerdo?

Yo asentí sin mirarla.

Cuando mi madre se fue, me puse unos pitillos a juego con una camiseta de tirantes y botas de militar, todo negro. Me coloque en el brazo izquierdo mis dos pulseras favoritas, de cuero negro rodeadas de pinchos de acero. Me disponía a desayunar cuando me fijé en el colgante de plata con una calavera encima de mi escritorio. Lo cogí con mis dos manos y lo acaricié delicadamente, vi que a un lado de la joya había un cierre, lo abrí y contemple la imagen de Sara, sus ojos brillaban y sonreía como si fuese la niña más feliz del mundo. En el otro lado estaba yo, exactamente igual que Sara en todos los sentidos. Cerré la calavera y me la colgué al cuello.

Recordaba aquel día perfectamente.

Mi padre, había librado en el trabajo un domingo para llevarnos a un monte poco conocido. Después de horas de caminata llegamos a el claro más bonito del mundo, (o lo que pensé cuando lo vi). Sara me propuso jugar en el río y yo acepté con ganas; primero empezamos metiendo los pies en el agua. Pero después de media hora estábamos completamente sumergidas y con todas nuestras ropas caladas. Mi madre, intentando sacarnos del río se cayó dentro de éste, y mi padre no sé por qué razón, se tiro de cabeza y nos obligo a hacer una sesión de fotos.

También recordaba el domingo siguiente, pero mejor que el anterior. No me gustaba pensar en ese día, así que me puse más o menos a llevar una vida normal.

Fui a la cocina y cogí una manzana, le pegue un mordisco y oí aquella melodía que me llenaba la cabeza de imágenes aterradoras. Destrocé la manzana con una mano, sin mirar a ningún sitio y salí de la casa con apariencia tranquila; en el exterior del caserón, observé a un chaval de unos 16 años, sentado en una roca debajo de un almendro, tocando una guitarra y cantando.

-Deja de tocar la guitarra-dije sin mostrar ningún sentimiento al hablar y mirando la nuca del chico.

Este dejó de tocar y me miro con repugnancia.

-¿Acaso vives aquí?- me pregunto arqueando las cejas.

-Si te dijera que no, te mentiría, cosa que es muy absurda, a si que sí, vivo aquí.

Soltó una carcajada y me miro con incredulidad.

-Ya, aquí no vive nadie desde hace un siglo, es la cosa más absurda que he oído- dijo resaltando la palabra absurda.

-Si quieres te enseñó mi dulce hogar- dije enseñándole las llaves. Volvió a echarse a reír, recogió su guitarra y me miró fijamente.

¿Puedo preguntar por qué tengo que dejar de tocar?

-No dije calvando mi mirada en sus ojos azules.

-Vale, tranquila, no he dicho nada- y salió de mi parcela.

Antes de que girase para desaparecer de mi vista me miró y me sonrío meneando la cabeza.

Cuando se fue me senté en la misma roca en la que había estado él, y empecé a recordar aquella melodía. Sara tocaba la guitarra desde muy pequeña, esa canción era mi preferida y siempre la tocaba para mí. Inventamos una letra muy bonita y yo siempre la cantaba mientras ella tocaba. El siguiente domingo, Sara quería volver al claro, pero no podíamos, así que, se me ocurrió ir al bosque que teníamos en frente de casa. Mi hermana, con la ayuda de la funda llevaba al hombro su guitarra, mientras andábamos solas por el bosque. Después de bastante rato caminando, Sara se cansó del peso de ésta y paramos a descansar; ella abrió la funda con cuidado y sacó la guitarra, se puso a tocar nuestra canción y yo la canté una vez más, feliz de estar con mi hermana gemela, solas, sin preocuparnos por nada. Ella empezó a dar brincos mientras tocaba la guitarra y yo cantaba una y otra vez. Entonces llegamos a un claro parecido al del otro día pero no tan bonito.

Sara depositó la guitarra en el suelo del claro y me cogió la mano para intentar tirarme a un riachuelo que había, yo me negué y la empujé con todas mis fuerzas, se cayó al río de espaldas se enganchó el pie con un palo y se golpeó la cabeza contra una roca. Yo no sabía qué hacer, me quedé paralizada. Sara no paraba de gritar mi nombre con voz débil pero a la vez con desesperación. La voz se volvió ronca.

-¡Ana, Ana, Ana!- gritaba mi madre sacudiéndome.

De repente volvía a estar en mi jardín marchitado, enfrentada a mi madre. Volví a la realidad, a veces me pasaba, me sumergía tanto en mi mente que no recordaba ni quién era.

-¡Ana!, ¿qué haces aquí?-dijo mi madre intentando comprenderme-¡Te dije que aprovecharas el tiempo!, ¡y con eso me refería a que estudiases!, sabes que el lunes tienes un examen… ¡Y estamos a Domingo! ¿No comprendes cómo se pone tu padre cuando suspendes…?- Siguió gritando con una expresión confusa, mirándome fijamente a los ojo, como si creyera que eso me ayudaría a comprender las consecuencias.

No es que yo les hablara a mis padres sobre mis estudios, es más me daba igual suspender que sacar un diez. Pero mis profesores, se encargaban de comunicarles las fechas de los exámenes, al parecer porque se preocupaban por mí, como todo el mundo supuestamente.

-Así que Ana, son las dos ¿vale? Tienes media hora para estudiar antes de que llegue tu padre- Dijo mi madre despacio y alto para asegurarse de que la estaba escuchando.

Yo no dije nada porque no me parecía lógico mentir, gastabas tiempo para decir algo que no ibas a hacer, pero sí decía la verdad, o sea que no iba a estudiar. Mi madre me atraparía hasta que dijera que sí. Por eso me levanté de la roca y me dirigí a la mansión. Sentía la mirada de mi madre clavada en mi espalda, incluso cuando entre en la casa y cerré la puerta.

Fui a mi habitación y cerré con cerrojo, miré por la ventana y vi el bosque que teníamos en frente de casa, la imagen de la sangre que derramaba la cabeza de Sara hace diez años vino a mi mente.

La saqué del río y le meneé la cabeza. Lloré como nunca había llorado, Sara no reaccionaba. Recogí su guitarra y me la colgué al hombro; arrastré a Sara por el suelo mientras lloraba y gritaba, pensaba que nunca iba a llegar con todo el peso y la congoja, Sara seguía derramando sangre, e iba dejando un rastro rojo y pegajoso por todo el camino. Cuando llegué a casa, situé a Sara en la hierba (verde y fresca en esos tiempos) debajo de la sombra del almendro. Y eche a correr hasta mi casa. Me la recorrí entera; corriendo, gritando y berreando. Entonces oí un portazo, mi padre había llegado del trabajo.

El portazo se repitió. Volvía a estar en mi cuarto, enfrentada a mi ventana, observando el bosque, miré mi reloj: las dos y media, y entonces…

-¡Ya he llegado1-Dijo mi padre.

2

El ambiente se volvió tenso. Oí a mi madre recibiéndole y preguntándole cosas con un tono nervioso. Pero mi padre pidió mi audiencia.

-¡Ana, hija! ¿Es qué ni si quiera vas a saludar a tu padre?- Dijo gritando para que le oyera.

Hacía mucho que mi padre biológico había dejado de ser como un ´´padre`` para mí, así que ni me molesté en contestarle.

-Anda, hija que ya está la comida- Me dijo mi madre para que bajará.

No quería que por mi culpa el loco que estaba abajo la tomase con ella, así que bajé lentamente para complacerla

Mi padre me miró con repugnancia y meneo la cabeza

-Mírate, vas como una andrajosa, ¿pero qué pretendes?- Dijo mirándome a los ojos.

-Me da igual lo que opines, a mí me gusta cómo voy y esta ropa define mi personalidad- dije seriamente y sin desviar la mirada.

Hubo un silencio tenso y mi padre rompió en una tremenda carcajada.

-¿Tu personalidad?- dijo intentando contener la risa

-Sí… ¿qué te parece tan gracioso?

-¿y cuál coño es tu personalidad?-

-¡Dejadlo ya por favor! Vamos a sentarnos a comer- Dijo mi madre, y aunque no tuviese mucha autoridad, yo la hice caso y mi padre no tuvo más remedio que dejar de meterse conmigo.

Ella sirvió la poca comida que teníamos.

-¿Qué tal el trabajo, cariño?- Preguntó mi madre.

No entendía dos cosas de esa pregunta. Primera; mi padre no trabajaba, aunque mi madre siempre decía que estaba en el trabajo y él siempre decía que se iba a trabajar. Pero yo sabía que no trabajaba, porque leí la carta de despido, nunca llegaban cheques y las facturas eran inmensas, no sabía si esas insinuaciones eran para que yo no me enterara de que estábamos en la ruina, o porque como siempre, se hacían pasar por una familia de lo más normal. Y segunda; no entendía como mi madre podía llamar a una persona que la pegaba e insultaba ´´cariño``.

-Muy bien- contestó mi padre- Pero ¿qué te has hecho en el ojo?- dijo alarmado.

Miré asqueada a mi padre, seguramente se lo habría hecho el mismo ayer por la noche, pero, como actuaba de bien… ¿se creería un perfecto padre de familia o algo así?

-Nada me he agachado y me he dado con el pico de la mesa, no te preocupes- dijo mi madre con tono nervioso.

No lo podía entender ¿por qué mis padres no paraban de mentir sobre cosas tan serias? Cómo si yo no supiese todo lo que me intentaban ocultar.

-¿Es qué no te acuerdas?- Le dije a mi padre

-¿De qué, hija?- me preguntó haciéndose el tonto

-¡No me llames hija, no te lo mereces!, ¡mi padre murió hace diez años con Sara! Tú eres un completo desconocido-Y me retiré de la mesa para encerrarme en mi habitación.

Seguí oyendo de lejos como mi padre se interesaba sobre todos los detalles del golpe y la ayudaba a curárselo.

Volví a mirar por la ventana, pero esta vez observé el jardín y visualicé, el cuerpo de Sara tendido ahí en la hierba y a mi padre y a mí rodeándolo. Mi padre no se lo podía creer, tartamudeaba palabras incoherentes, entonces fue cuando se atrevió a agacharse y tocarla, sintió frío y no encontró el pulso por ningún lado, se levantó con los ojos llenos de lágrimas y me miró con una expresión inhumana, yo tenía miedo y no podía contener las lágrimas, esperaba que hubiera una solución, que no fuese más que una terrible anécdota, pero la furia de mi padre lo confirmaba todo. Sara estaba muerta.

Me acuerdo que mi padre se acercó a mí y me empezó a gritar, a pedirme una explicación, yo no podía hablar, casi no podía ni mantenerme en pie y entonces, me pegó. Me tiré al suelo haciéndeme un ovillo y gimiendo, pero mi padre no paró de torturarme hasta que llego mi madre, no me acuerdo muy bien de lo que paso después, pero si sé, que pese al dolor que ella sentía, me defendió y organizó todo ´´el funeral``.

No fue un funeral normal, nadie iba de negro, si no todo lo contrario, de blanco, mi madre decía que Sara era una niña muy luminosa y alegre y era la mejor forma de recordarla. Hubo varias personas que dijeron palabra dedicadas a ella, y también palabras de consuelo para nosotros.

No paré de llorar en todo el día, pero fue el último día, también el último día en que vestí blanco… y en el que sonreí. Fue una sonrisa fría y dolorosa, la realice al prometerle a Sara que no tardaría en reunirme con ella.

Volvía a la realidad, mi mirada estaba perdida y me encontraba mal, no podía evitar sentirme culpable por no haber cumplido esa promesa.

Oí a mi padre que se marchaba, y que mi madre llamaba a mi puerta.

-¡Ana ahora sí que vas a estudiar!- dijo sin más.

Yo no la contradije, es más me puse a estudiar, pero para no pensar en Sara.

Esa noche fue diferente a las demás. Mi padre volvió temprano y no estaba borracho.

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