Introducción
domingo, 11 de septiembre de 2011
Señor Aniceto
Al amanecer salía de su casa; si andaba rápido y mirando la hora probablemente es porque fuera a comprar al supermercado para reponer su despensa, en cambio si andaba con tranquilidad y silbando era porque se dirigía al bosque para pasear en solitario, a veces incluso ni siquiera regresaba a casa, y dormía bajo las estrellas.
Era un hombre muy agradable y todo el mundo hablaba con él cuando se lo encontraban. Mis padres le confiaron un juego de llaves de casa.
A mis doce años, al volver del colegio se me olvidaron las llaves. Quizás lo hice a propósito, quien sabe…
Llamé con los nudillos y esperé pacientemente hasta que Aniceto abrió con una ancha sonrisa en su cara.
-Siento las molestias señor, pero me he olvidado las llaves en casa.
-No es ninguna molestia- Me invitó a entrar con un gesto.
-Solo un rato- me dije para mí misma.
-¿Quieres té?
Yo asentí con la cabeza con cierto nerviosismo. Él preparo el té y puso la tetera sobre el fuego mientras me miraba otra vez sonriendo, parecía tan natural con todos sus movimientos, parecía tan feliz con esa vida tan normal… yo le devolví la sonrisa.
-¿podría enseñarme sus flautas?- pregunta tímidamente.
Su sonrisa se hizo aun más ancha.
-Por supuesto.
Subimos las escaleras, mientras aspiraba los olores aromáticos que desprendían las velas y admiraba los cuadros épicos que rodeaban las paredes.
En el rellano un haz de luz atravesaba la ventana e iluminaba una habitación que contenía cientos de instrumentos de madera colocados por orden de estatura. Era realmente asombroso y bello, simplemente me quedé boquiabierta y sin poder dar un solo paso más. Aniceto cogió una pequeña flauta y empezó a tocar un movimiento lento que me puso la piel de gallina, y en ese preciso momento el haz de luz aumento creando una bola de luz que nos rodeó a él y a mí.
El dejó de tocar y la luz desapareció, pero ese recuerdo mágico me atontó y solo pude murmurar.
-En el fondo sabía que eras muy especial.
Y me desmayé.
Desperté en mi cama. Mis padres me contaron que Aniceto me invitó a pasar y que por el olor de las velas me había desmayado.
Al principio me lo creí, pero más tarde aquel recuerdo tan potente y fuerte desmintió esa historia inventada.
A partir de ese momento todos los días cogía mi flauta dulce de plástico que tenía gracias al colegio e intentaba imitar las melodías de Aniceto, sé que no tenía nada que ver con esas flautas de madera barrocas y renacentistas, pero no tenía más medios para practicar.
Hasta que un día que estaba sola en casa realizando mis tareas Aniceto llamó a mi puerta.
-Buenas tardes.- Saludé mientras le miraba a los pies.
-Te he estado escuchando tocar la flauta muchos días durante largos ratos. En casa tengo alguna que otra que ya no uso, están un poco desgastadas pero seguro que son mejores que la que tienes tú.
Le miré con brillo en los ojos.
-¿De verdad me lo dices?- Estaba completamente segura que me volvería a desmayar de la emoción.
-Por supuesto, anda ven.
No presté atención al corto camino que había desde la entrada de mi casa hasta la habitación donde se encontraban todas las flautas, simplemente vi entre mis manos una flauta barroca contralto de ébano según me dijo él.
-Me gustaría dar clases.
Y su permanente sonrisa fue para mí la vez que más lució.
Así empezó nuestra relación como maestro y alumna. Cada hueco que tenía libre lo pasaba en su casa atendiendo sobre sus recomendaciones de interpretación y técnica o si no practicando en mi casa.
La mayor diferencia que puedo contar entre su manera de tocar y la mía era que mientras él hacía sonar el instrumento podía crear flores de la nada, formar figuras con agua, crear bolas de luz de cualquier tamaño, y absolutamente cualquier cosa que quisiera. Yo en cambio por más que lo intentase no lograba nada, absolutamente nada. Él me decía que simplemente era una manera de expresar sus sentimientos y que la música le ayudaba.
A mí me gustaba la música, podría decirse que en aquella época solo me importaba la música, sin embargo yo nunca le creí.
Una tarde al volver del colegio hacía y el cielo estaba nublado, en cualquier momento se pondría a llover, justo antes de llegar a casa una gota cayó sobre mi hombro izquierdo y yo eche a correr para protegerme del mal tiempo cuanto antes, pero tropecé con mis propios pies y me caí, no moví ni un músculo mientras la lluvia me cubría y yo lloraba, sin saber el por qué.
-¿Violeta?- Miré hacia arriba con los ojos empañados de lágrimas, y distinguí el rostro de Aniceto, es cierto que me costó porque su sonrisa había desaparecido, en cambio por su entrecejo arrugado se podía distinguir que estaba preocupado.
Me llevó a su casa y me hizo sentar en la hamaca que había en la habitación de las flautas. Cogió una flauta tenor de madera clarita y tocó una melodía rápida y feliz, me hizo sonreír mientras sentía un cosquilleo mágico que curaba la herida de la rodilla que me había hecho al caer.
-¿Sabes qué?
-Dime Violeta.
-La música es algo muy especial, y puede ser que se parezca a la magia. Pero sinceramente no creo que lo único que se necesite para hacer magia sean sentimientos y música. Tú eres especial, eres un portador de energía.
-Querida Vi, ¿cómo puedes saber eso? Conoces la música o al menos la crees conocer, porque de momento eres muy pequeña para comprenderla del todo. Pero de algo que estoy seguro es que no tienes suficientes sentimientos para expresarlos.
Recuerdo como sentí una apuñalada en mi corazón.
-¿Cómo puedes decir algo así? Tú mismo me has visto llorar hoy.
- Y es la única vez que te he visto mostrar realmente tus sentimientos. Piénsalo bien, ¿amas a alguien o al menos a algo?
No respondí. Quizás a mis padres, aunque no creo que llegara a tanto, a lo mejor era dependencia y cierto cariño pero no amor.
-A lo mejor es que no los sabes expresar- continuo.
-No, tienes razón. Pero si que amo algo-Callé durante un minuto y entrelazaba mis ideas.- Amo la música, y a ti.
Me fui de su casa, y no le volví a ver en mi vida. Tampoco volví a tocar su flauta, Solo le escuchaba a él como un suspiro del viento lejano.
Ahora sé que lloraba por soledad, ahora sé que tenía demasiado orgullo para aguantar tanta sinceridad que me acuchillaba. Pero en aquella época solo era una niña y no sabía muchas cosas. Ahora me arrepiento.
Hoy después de 20 años, recibí la noticia de la muerte de Aniceto, no me digné a ir al entierro, no. Sigo siendo demasiado fría para compartir mis sentimientos, y más con desconocidos. Por la noche cogí su flauta guardada desde entonces, y fui al cementerio, miré su lápida, su nombre grabado en el mármol y entonces toqué, esa misma cancioncilla que él toco cuando yo me caí. Y de la nada crecieron flores, todo tipo de flores; rosas, margaritas, amapolas, tulipanes… y una bola de energía nos rodeó a su tumba y a mí. Mientras las lagrimas inundaban mi cara.
Y tengo la certeza, que ha sido el momento de mi vida donde he expresado más sentimientos, donde he sentido más. Y sé que ha sido la única manera de que pudiese combina la magia con la música. Pero sinceramente, ojala nunca hubiese experimentado estos amargos sentimientos, ojala nunca hubiese convertido esa energía que radiaba de mí en magia.
Ojala nunca hubiese sentido nada.
Catalina y Lorenzo
Una chica de ojos claros y cabello oscuro admiraba la luna con brillo en los ojos, parecía poseída por el astro.
Hace dos meses, en aquel mismo lugar un anciano mendigo un tanto ido, intentó rasgarle la garganta con su navaja.
Pero por arte de magia un desconocido apareció de improviso y acuchilló al mendigo.
La chica se quedó muy impactada, y tartamudeando preguntó al desconocido su nombre. No hubo respuesta, se marcho sin más.
Ella, tenía mucho interés sobre la identidad de su salvador.
Había acudido todas las noches a ese mismo lugar, esperando encontrarle, pero no hubo suerte.
No le volvió a ver hasta que pasaron 28 noches después del incidente. En esa ocasión estaba entre un sueño y la realidad cuando el misterioso chico apareció y lo único que hizo fue decirle que durmiera tranquila, ya que él estaba ahí para protegerla; ella le hizo caso, pero al despertar ya no estaba.
Decidió no volver hasta que volvieran pasar 28 días.
Y ahora, 28 días más tarde estaba ahí, esperando con impaciencia a su salvador, mientras se colocaba una capa color crema para esconder sus harapos. Llevaba ya dos horas esperando sentada en la arena de la playa y mirando a la Luna. Sabía que esa noche no se dormiría, porque había tomado una buena dosis de cafeína, pero igualmente tenía miedo de que no se presentase. Se aliso el pelo con las manos y miró a la derecha, nada. Después miró hacia la izquierda y le dio un vuelco al corazón.
Un chico castaño, con ojos oscuros y labios gruesos avanzaba a el lugar donde ella estaba.
Inmediatamente se levantó y acudió tímidamente a su encuentro.
Se quedaron un tiempo callados, mirándose a los ojos fijamente hasta que ella rompió el silencio.
-¿Quién eres?
El sonrío mostrando unos dientes blancos sin ningún defecto aparente.
-Me hace gracia que insistas, pese a que la otra noche no te respondí.
Ella no entendía su actitud, ni su misterio pero volvió a hablar.
-¿y te puedo hacer otra pregunta?
-Supongo.
-¿Por qué me salvaste?
-¿Por qué no iba a hacerlo?
La respuesta la desconcertó y solo pudo responder.
-No lo sé.
El chico se sentó relajado, ella imitó sus movimientos.
-No eres de aquí, ¿verdad?-Siguió preguntando.
-No, no soy de ningún sitio en realidad.
-¿Eres alguna especie de comerciante ambulante?
-No.
-¿Entonces?
Él se quedó pensativo, y después volvió a sonreír y mirarla a los ojos.
-Verás, mi madre recorre el mundo en 28 días y yo no me puedo quedar en un sitio más de una noche.
A ella no le llamo la atención en el poco tiempo que recorrían el mundo él y su madre. SI no el hecho de que todavía viviesen juntos.
-¿Sigues viviendo con tu madre?.
-Sí, lamentablemente no puedo vivir sin ella.
La chica emitió una sonrisa triste.
-Yo no conocí a la mía. En ningún momento fui deseada, y al nacer me abandonó en alguna callejuela. Una anciana me cuidó hasta que falleció, después me crié independientemente.
-¿Vives en la calle?
-Sí- titubeó.
-Tenemos algo en común- la miró y prosiguió- Te salvé porque eres preciosa.
Ella re ruborizó, al tiempo que replicaba.
-Soy una mendiga cualquiera.
-Pero tienes el alma pura.
ella le miró consternada y sin hacer caso a esa extraña revelación, siguió preguntando.
-¿Cómo te llamas?
-No tengo ningún nombre, llámame como quieras.
-¿te gusta Lorenzo?
Se empezó a reír y preguntó.
-¿Cómo el Sol?
-Sí, esque yo me llamo Catalina, como la Luna.
-A mí madre ciertas personas de estas provincias también la llaman así.-Calló un momento- De acuerdo Lorenzo está bien.
Se quedaron toda la noche hablando hasta que ella se durmió entre sus brazos.
Por la mañana él volvía a no estar.
Durante 28 días Catalina robó todo el dinero posible de el mercado y se compró un vestido plateado juntó con adornos para ataviarse.
Esa noche, Catalina volvía a estar en la playa iluminada por la Luna. Con su vestido, un collar de conchas y un broche de oro que sujetaba su melena en un moño.
Estaba muy nerviosa y miraba todo el rato hacia la izquierda, pero de repente de detrás suya surgió Lorenzo que la agarró y la levantó.
-¡Ahhhhh! ¡Para!- Gritaba con cierta entonación feliz.
- Tranquila, solo nos vamos a dar un baño en el...
-Eso si que no. ¡ Suéltame!- Intentaba desprenderse de los potentes brazos de su amigo, pero al no poder empezó a rogarle que la liberase.
-¿Sabes lo qué me ha costado este vestido?
-Pues quitatelo.
-¿estás loco?
- Además, seguro que no has ganado el dinero limpiamente.
Y al decir esto la soltó.
-Gracias- Se colocó el moño y le miró, sonreía ensenando todos sus perfectos dientes.
-Hola.
-¿Hola?
- Sí, hola. No me había dado tiempo a decírtelo.
-Ah, pues entonces Hola.
-Sí, sí. Hola.
Catalina se quedó pensando cuando de repente Lorenzo la volvió a coger y la llevó directa al mar.
Catalina intentaba salir para coger oxígeno, pero se ahogaba. Lorenzo al percatarse le dio la mano y la ayudó a no ahogarse.
-¡ERES UN VERDADERO IDIOTA!
-Venga, Cat. Tu vestido ya se secará, y seguro que nos lo pasamos muy bien.
-Pero esque no se nadar.
-Pues te enseño, vamos ven.
Catalina tenía muchas dificultades para no hundirse, pero al cabo del rato empezó a hacerle aguadillas y huir de él, mientras reían y gritaban. Él la llamaba para que se acercara y la sujetaba entre sus brazos mientras nadaba. Cuando al fin salieron Catalina se tumbó en la arena y respiró lentamente. Lorenzo se tumbó a su lado.
-¿Ves qué es divertido?-Preguntó él.
-Sí- dijo recuperando la respiración- Quédate conmigo, por favor.-Dijo mientras cerraba los ojos.
-Ya te he dicho que no puedo.
-Pues me voy yo contigo.-Dijo mientras se empezaba a dormir
-Tampoco puedes.
-¿por qué?- Consiguió decir tras un bostezo.
-Porque no.
-Te quiero.-Dijo finalmente dormida.
-Y yo a tí.
Catalina nunca se enteró de esto, ya que estaba completamente dormida.
Durante el transcurso del día siguiente Catalina no se movió ni cambió de posición siquiera, simplemente pensó en Lorenzo.
Por la noche cuando empezaba a subir la marea fue directa hacia unos contenedores y cogió un bocadillo mordisqueado. No tenía ganas de pedir limosna, ni de robar a los niños más despistados. Lo único que quería era ver a Lorenzo.
Pero si le quería ver, lo único que tenía que hacer era mantenerse viva hasta durante 28 días.
Pasaban los días y ella iba adelgazando más aún de lo que ya estaba. Pero el recuerdo de Lorenzo la hacía tenerse en pie.
La noche de Luna llena, Catalina se tambaleaba en la playa con su vestido plateado rozando la arena y moviéndose el pelo, enmarañado y grasiento.
Esta vez Lorenzo apareció andando desde el mar y ella avanzó hasta él abrazándole y sin poder resistir el llorar.
Él la tranquilizó y al separarse de ella la besos en los labios apasionada e intensamente, como haría un príncipe tras rescatar a su princesa del mal.
Durante la noche estuvieron abrazados y susurrándose palabras dulces hasta que Catalina le miró a los ojos y confeso.
- Me muero.
hubo un silencio incomodo.
-No puedo soportar ni un día más sin verte, porque eres lo único que he amado. Y me da igual lo que digas, pero esta noche te seguiré a donde quiera que vayas.
Él sonrío tristemente y dijo.
-Da igual cuanto estés dispuesta a seguirme. Porque no podrías.
-¡¿ Por qué?!- Gimió.
No respondió.
-No se nada de ti, eres un completo misterio, dime al menos una respuesta. Para que así, pueda morir en paz..
La miró a los ojos, y durante ese instante fue como si el tiempo se detuviera.
-Soy el hijo de la Luna, y no puedo vivir sin su luz, y siempre tengo que estar en el lugar donde ella este en su máximo esplendor, es decir cuando sea Luna llena, por eso estoy dotado de una velocidad superior a la de cualquier ser humano capaz de seguirla a cualquier lugar.
- Empiezo a comprender. Por eso estabas aquí todas las noches de Luna llena, y solo entonces... y cuando me contaste que por esta región llaman a tu madre Catalina, y que no podías vivir sin ella. Ahora todo cobra sentido.
Catalina suspiró y sonrío mirando a la arena. Estaba claro que era un amor inalcanzable.
-Ahora puedo morir en paz..
No volvieron a hablar y ella esta vez no se durmió. Al amanecer, Lorenzo se marcho y Catalina se quedó allí, mirando al mar mientras amanecía.
Pasaron dos semanas y Catalina no se movió, tenía quemaduras por los brazos y la cara, algas pegadas al cuerpo y unas ojeras extremadamente marcadas. Además estaba muy flaca por no comer durante tanto tiempo y deshidratada.
En un día cualquiera, Catalina murió de pena. Su corazón dejó de latir, y sus pulmones de funcionar.
Nadie se preocupó por apartarla de la playa y ni siquiera de incinerarla, simplemente siguió ahí plantada, tumbada, llena bichos que la devoraban.
La noche de Luna llena, cuando Lorenzo apareció y vio el cadáver de su amada, rompió a llorar como una niña a la que le han quitado su golosina.
Se quedó toda la noche meciendo a Catalina, pero empezó a amanecer y la Luna le imploraba que la olvidase y que la acompañase, sin embargo, Lorenzo no se movió ni aún sintiendo el dolor de su madre. Y cuando ella desapareció, suplicando a gritos y llorándole, y apareció el Sol majestuosamente. Lorenzo desapareció, como un vampiro al que clavan una estaca en el corazón. Como si nunca hubiera existido, y fue a reunirse con Catalina.
Y la Luna se dio la vuelta para siempre y no volvió a mostrar la horrible mueca que se le quedó grabado en el rostro.